Por Rosa Vanessa Otero (Comentario editorial)

Revisar textualmente un libro del género literario preferido, más que trabajo, es diálogo y convivencia, hallazgo para ser compartido. Nada me parecería más lejano a la familiaridad y tuteo que se estableció entre la editora y el libro que corregía, Laura Gallego: cincuenta años de poesía, que la frialdad y el distanciamiento de un acercamiento estrictamente informativo o académico. Lo que sigue, por lo tanto, no es un comentario sistemático a la obra que preparó y cuidó con esmero Luis de Arrigoitia para la Editorial de la Universidad de Puerto Rico (2008); ni mucho menos, una relación bio-bibliográfica sobre la autora o un apretado análisis crítico. Muestro aquí algo más humilde y amistoso, y arriesgadamente subjetivo: las huellas de una lectura, los ecos de una conversación que se quedó conmigo.
En lugar de repetir los datos sobre esta publicación, transcribiría, sin más, aquellos poemas o fragmentos que han resonado en mi interior, esos que hicieron a la editora detenerse, interrumpir el trabajo de extirpadora de erratas, para quedarse un rato leyendo y releyendo los poemas a media voz que es acariciar, por puro goce, las palabras. Pero hay que decir lo imprescindible: en este libro se recogen las poesías completas, o “casi completas”, de la bayamonesa Laura Gallego Otero (1924-2008), hija de una época universitaria en la que convergieron, en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, los genios de Margot Arce, Concha Meléndez, Antonia Sáez y Juan Ramón Jiménez; y contemporánea de un grupo de poetas para quienes la experiencia universitaria marcó decisivamente su estética y su pensamiento: Francisco Lluch Mora, Juan Martínez Capó, Lillianne Pérez Marchand, Violeta López Suria, Jorge Luis Morales.
Apareció este libro pasados treinta años desde la publicación, también por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, de Laura Gallego: Obra poética (1972), texto que sirvió de base para la nueva antología. De modo que, a los poemarios compilados entonces (Presencia, 1951-53, Almejas de tu nombre, 1954, En carne viva, 1955, La red, 1956-1960, y La del alba sería, 1960-64), se añaden cuatro libros: Que voy de vuelo (1971-72), El amor combatido (1974), Arirán (1985) y Paloma de aire (1998-2000). Preceden a los poemas una nota sobre la edición y un ensayo del profesor Luis de Arrigoitia. El ensayo, titulado “Laura Gallego en su poesía”, reseña la trayectoria poética de quien fue también destacada educadora y decana universitaria, y comenta brevemente los diez poemarios, ofreciendo las claves principales para iniciar la lectura. Al igual que hizo en la antología de 1972, Arrigoitia añade poemas que, por “un sentido de autocrítica extremo” la autora excluyó. Como conocedor privilegiado de la creadora y de sus textos poéticos, y con la colaboración de ella, el compilador colocó estas obras autocensuradas dentro de sus poemarios correspondientes, en secciones tituladas “otros poemas”.
Combate primero
La poeta en mí se resistía a este tipo de intervención por parte del compilador, sobre todo cuando se incluyen algunos trabajos que parecen haber sido borradores. Por lo general, un poeta engaveta lo que considera revelador de sus debilidades, de sus vacilaciones y de sus reiteraciones, o lo que, sencillamente, espera reescribir en algún momento. Pero la editora y voyeur comprende y acepta la intención del especialista de “ofrecer una visión totalizadora de este ejercicio dolorido y divino que es la creación poética en Laura Gallego. Hemos, pues, combatido y saltado por encima de su voluntad primigenia para honrarla, la hemos confrontado para salvarla de ella misma, en un gesto leal y amigo”. Y debe tener razón, pues en estas secciones de añadidos hay notables sorpresas cuya divulgación hay que agradecerle al gestor de la publicación. Primer combate superado.
Combate segundo
Entre todo lo que aparece en el libro, llama mi atención un poemario pequeño, En carne viva, y otro más extenso, La del alba sería, que guardan una insospechada semejanza, al menos en cuanto al tono, con unos poemas que, sin conocer los de Laura Gallego, escribí hace algunos años (Gallego Otero escribió los suyos hace más de treinta). El descubrimiento no me ruborizaría (desde hace tiempo sé que no soy genial), de no ser por la similitud de los títulos: mi cuadernillo se titula Encarnaciones. Así comenzó el diálogo familiar al que me refería al principio de estas líneas.
Comparto con nuestra poeta cierta intuición que percibe lo poético desde la carnalidad y desde lo orgánico, que acomete la escritura como acto, más que de la inteligencia, de las entrañas. Lo femenino y lo materno cruzan, pues, a diferentes niveles de significación, la obra poética. He aquí un poema que me gustaría haber escrito, y que ya estaba presente entre las primeras creaciones de Gallego:
Crear un verso es como hacer un hijo.
Esperarlo y decirle: Hijo, mira mis manos.
Están quietas, vacías.
Esperan la flor blanda de tu carne.
Crear un verso es como hacer un hijo.
decirle: Hijo, hazme madre;
¡madre, verso, pasión, dolor activo,
transmigración de luz, fatiga de alba,
lento nacer y amanecer contigo!
(“Encarnación”, Presencia)
Según esta forma de acercarse a lo poético lo que queda fuera del poema no es pérdida, sino poesía interior, privada, oculta, y un lenitivo contra el fracaso:
(…)
En mi alma, mi alma. Desde una quieta
consolación callada, desde el naufragio
de mi mundo menudo que me existía,
desde la orilla sola de un tiempo vago.
(…)
(“Soledad en el silencio”, Presencia)
Un poema, para este tipo de poeta, es el resto, el chispazo que saltó de la zarza ardiente que es toda experiencia estética y vital. El poema es para los demás; la poesía, para el poeta.
Escribo ahora en la sombra
cuando ya van cayendo como hojas amarillas
mis últimas palabras.
Nada se asoma por mis soledades
para cumplir el ritual amoroso
de mi lengua sumisa.
Busco algo que me fije develada en el sueño
y nada, nada me hace.
Sólo que alguien se asome a esta soledad,
y que amorosamente
me corte el alma y la deshoje lejos.
(Celajes)
Combate tercero
A la editora le desagrada la oscuridad de las fotos que acompañan el libro. Sin embargo, desde un punto de vista conceptual, el alto contraste de las imágenes en blanco y negro, con sus luces y sus sombras, es consecuente con un aspecto medular al estilo y al fondo del conjunto de la obra poética de Laura Gallego: la dualidad de la voz poética. Predomina en las obras primeras una nacarada suavidad e ingenuidad juvenil. Este decir tierno contrasta con la dureza de piedra y la gravedad que asoman gradualmente hasta alcanzar matices de violencia y desgarro a partir de En carne viva (1955): “Yo quiero pasar a cuchillo las palabras\ destrozar los brillos del cielo”. La inflexión se acusa con intensidad en La del alba sería (1960-64):
He bebido tu odio
como un pomo de sangre
y me he adensado negra
en tu marisma. Quisiera despojarme de ti
bajo este plomo
de carne corrompida,
con este cuervo acérrimo
hediéndome, la última sonrisa.
Ya no soy un velero,
ni una copa de llanto,
ni una esquina del mundo
donde gritan
los pájaros la vida.
(La del alba sería)
Esta violencia y desgarro, asociados con la experiencia erótica, con el misticismo y con el oficio de escribir, hallan su momento más crítico en un hermoso libro que permanecía inédito, El amor combatido (1974):
Escribo con fiereza
como arrancando chispas
al pedernal del cielo.
Soy de una sola pieza
y mi garra de angustia
se estremece al flagelo.
Soy ferozmente triste,
turbonada de llanto.
Carne viva que embiste
contra la vida misma
a zarpazo de anhelo
sin tregua y sin medida.
(El amor combatido)
Una especie de reunión (¿comunión?) o síntesis de ambos extremos parece darse en Que voy de vuelo (1971-74), poemario en el que la conciencia del ejercicio poético, la experiencia amorosa y el delirio místico confluyen de modo unitario a través del registro bíblico, erótico y autorreferencial:
Toma mi carne y bebe.
Cáliz de sangre viva
y gemido dulcísimo.
(…)
Quiero estamparme en ti,
fundir mi sangre
en tu corriente íntima,
alzarme las entrañas
cual pelícano
que entrega su agonía
y darte cada grito
y cada llanto,
cada canto sediento
de alegría.
(Que voy de vuelo)
Fuera de combate
Lo que me parece más característico y conmovedor de la poesía de Laura Gallego, lo que la unifica y, al mismo tiempo, le da variedad es su empeño por hacer de su combate por la poesía, por el amor y por la fe su guerra santa. En esos tres frentes, la vida y la creación se le presentan como lucha contra el ángel: “Luchó Jacob con el ángel\ y yo lucho con mi voz,\ ya se me rinde la muerte,\ lucho por saber quien soy” (en: Paloma de aire). Dentro del forcejeo poético, declara:
Palabra, tú me calas como espada
o me cavas como lombriz azogada,
o me quemas como carimbo que emblema,
o restañas con tu dulzura mi pena.
Palabra, prófugo de mi nostalgia,
te enciendes como candela cruzada
o te vuelves humo de voz enterrada.
(Paloma de aire)
Pasado también el combate fallido del amor, reconoce: “Ahora siento que tuve\ el amor en la boca\ como fresca manzana\ enrojecida en brío” (“3”. El amor combatido). O, en otras ocasiones, seduce a su amante, nuevamente en un registro erótico-religioso:
Déjame mitigarte,
tocarte la frente, los labios, la cabeza.
Abrazarte como un óleo
que sane tu cuerpo de tanta agonía.
Dame tus manos para ungir sus palmas
con dos besos breves
como pequeños toques de armonía.
Que nos envuelva un dulce musgo húmedo
para apagar los cuerpos,
la zarza delirante aún ardiendo.
(…)
(Que voy de vuelo)
Su tensión existencial-espiritual se le presenta como problema ético y estético: “Quise agua transparente\ y me diste la esponja vacía.\ quise labio infinito\ y bebí mi ansia misma.\ Quise ardientes palabras\ y el pedernal oscuro no ardía.\ Era como una ciega\ que tienta muda por las cuatro esquinas” (En: La del alba sería). En justeza, no es Laura Gallego una poeta mística; en cierto sentido, está más cerca del desencanto de la Sor Juana de “Primero sueño” que de San Juan de la Cruz, aunque los referentes principales provienen, ciertamente, del Cantar de los Cantares y del Pentateuco. Pero nuestra poeta conserva una esperanza de repuesto, tan presente en sus primeros poemas: “Óyelo, corazón, \este chorro de agua que te surca\ y que aflora en mi verso\ es el brote de toda la esperanza.\ Ayer vino la niebla\ y fue telar de angustia\. Hoy, agua viva, cauce de recuerdo” (en: Celajes). Su amargura no parte de la nietzscheana muerte de Dios ni conduce a ella, pero sí de la inexistencia del hombre y a la invalidez de la poesía:
No hay hombre.
Dios no ha creado hombre.
La creación fue una increación.
Dios se fue sumergiendo hacia atrás
y ha llegado a la nada
fecunda de la nada.
No-hay-hombre-
Porque puedo decirlo en blasfemia podrida
me negarán.
Y éste será otro triunfo
confirmado:
No hay hombre.
(La del alba sería)
Dios tan presente como una condenación irremediable,
como un reloj inevitablemente preciso,
aquí en mis manos sucias, en mis palabras oxidadas,
hipócritas palabras como espejos de sal reverberante.
(…)
desesperado, gritándome que me detenga en las esquinas
puntiagudas, calzada de jabón, como una lisa
rápida y ondulante.
(En carne viva)
Metapoesía, poesía erótica y amorosa, poesía religiosa-mística, existencialismo “trascendente”, lo que el lector o lectora quiera buscar en este libro, le llevará a encontrarse con “una corriente de río humano” (al decir de Juan Ramón Jiménez) que busca, a través de estas obras completas, “reinsertarse en la actualidad de la poesía puertorriqueña” (nota de contraportada).
Por caprichos de la historia, el fallecimiento de la poeta en diciembre de 2007 prologó luctuosamente la impresión del libro, y no pude conocerla para compartir con ella, a media voz, esta conversación poética. Pero leo:
Yo no puedo morir si los poetas
burlan la muerte como maromeros
sobre el cordón del tiempo en la pirueta
de la vida en zigzag de zaranderos.
Y si caen de la cuerda la semilla
cae también y germina el pudridero
del mundo; siempre asoma maravilla
a contraflor de muerte y vertedero.
Yo no puedo morir, lo grito a todos
los que matan la vida en el recodo
ramplón y cotidiano de los días.
Yo soy zafiro y cielo y agonía
imantada de amor en otro modo
de canto y esperanza y alegría.
(En “Sonetos”)
Lector y lectora, Laura Gallego se equivocó en esto último. Los poetas sí mueren, todos los días. Solas y solos, los de antes y los de ahora, rehenes entre solapas. A menos que tú no te fijes en fechas ni lugares de publicación y vuelvas a sus libros, para descubrir en ellos algo que te golpee y acaricie, y decidas mantener cercano a ti lo que de tu poeta importa y perdura:
Aquí dejo en tus manos
este amor combatido,
fiera de noche oscura
sin guarda ni abrigo.
(El amor combatido)

Laura Gallego Otero (Bayamón, Puerto Rico; 1924-2007), además de poeta, fue ensayista y educadora. Magister en Estudios Hispánicos por la Universidad de Puerto Rico. Dio cursos de nivel escolar en su pueblo natal y de nivel universitario en la Facultad de Pedagogía de la UPR, Recinto de Río Piedras, donde dirigió el Programa de Práctica Docente; En 1984 obtuvo el rango de Profesora Emérita de dicha Facultad. Fue Vicepresidenta de la Universidad Central de Bayamon. «Humanista del año 2002» por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades.
Este artículo es una versión revisada de “La poesía de Laura Gallego” por Rosa Vanessa Otero, Diálogo, abril-mayo 2008, pp.18-19.